Cuando un niño está creciendo necesita de su padre y madre para aprender a dar sus primeros pasos. Los padres lo ayudan, lo levantan y dejan que dé sus primeros pasos por si mismo. El niño seguramente se caerá y tal vez se dé un buen golpe. Pero los padres estarán ahí para levantarlo, para darle un beso y animarlo a intentarlo otra vez.
Para protegerlo, los padres nunca lo dejarían sentado ni le prohibirían que se levantara, porque eso significaría impedirle su desarrollo.
Igualmente, en la familia empresaria los padres tienen la opción de permitir que sus hijos caminen por si mismos o protegerlos de que se puedan hacer daño no dejándolos que hagan nada. Quienes hacen esto último deben considerar que como padres no estarán con ellos para cuidarlos por siempre. La mejor opción es enseñarlos a valerse por si mismos, aunque se den algunos golpes fuertes en el proceso.
En algunas empresas familiares, como consecuencia de los estilos de liderazgo, de la forma en la que se toman las decisiones y de la manera en que participa la familia en la empresa, se ha desarrollado en sus integrantes una gran dependencia del líder de la empresa o de los beneficios que reciben del negocio familiar. Por otro lado, otras familias han logrado desarrollar en sus miembros una gran autonomía que les permite valerse por si mismos, sin importar si participan en la empresa o no.
Las familias empresarias que siguen el modelo de generación de dependencia en sus hijos, ponen en riesgo no sólo el futuro de la empresa familiar, sino también el bienestar de la familia en las siguientes generaciones.
En ocasiones este sentimiento de dependencia se origina cuando los miembros de la nueva generación se crean una imagen de su padre tan extraordinaria, que llegan a pensar que nunca podrán ser como él. En otras ocasiones, el padre les ha impedido que tomen riesgos en la empresa “porque yo puedo hacerlo todo” o “porque no lo hacen como yo”, o les han negado todo reconocimiento a lo que hacen por el negocio de la familia, lo que los vuelve dependientes de la aprobación de su padre para poder emprender cualquier acción por su cuenta. El padre sigue un estilo de liderazgo de control absoluto en el que nada en la empresa sucede si no lo autoriza él personalmente. El resultado es que los hijos son sumisos a su padre, se conforman con lo que les da y le obedecen ciegamente. Bajo este modelo es impensable que un miembro de la familia se atreva a iniciar acciones propias en favor de la empresa o a separarse del negocio familiar, ya que no sabrían que hacer por la baja autoestima que han desarrollado, lo que llevará a que no haya quien pueda encargarse de la empresa una vez que falte el padre.
[…] el caso de Cecilia, el creer que se debe dar a todos los hijos por igual puede resultar contraproducente para las intenciones de unidad familiar que tienen las […]